Era hermosÃsima la diosa india del agua, que habitaba en su palacio de cristal del Mar de Ansenuza (Nombre indÃgena de la Mar Chiquita). Pero era una deidad cruel y egoÃsta, pues la única ofrenda que la volvÃa propicia era el primer amor de los mancebos.
Se cuenta que un dÃa vio llegar a la costa del lago, que era entonces de agua dulce un prÃncipe indio malherido en la guerra. Tristemente le sonrió a la diosa, lamentando el no poder sobrevivir para admirar su hermosura. Ella quedó suspensa,como sacudida por un rayo cósmico, por vez primera el embeleso del amor conmovió su alma. Pero pronto sucumbió a la desesperación el comprender el destino de su amado. El cristalino espejo de agua se convulsionó.
Un trueno, como un largo lamento, estremeció el cielo y las nubes lloraron con su diosa. El mar se convirtió en un furioso caos durante un dÃa y una noche. Al amanecer, el joven se encontró en la playa. Sus heridas habÃan cicatrizado y al abrir los ojos, vio la increÃble transformación que se habÃa obrado en la naturaleza.
La playa era blanca y las aguas se habÃan vuelto turbias y saladas. Atónito el joven, como en niebla raspada por un tenue rayo de sol, recordó a la hermosa mujer que la acariciaba cuando se le iban cerrando los ojos. Ahora se sentÃa sano y sus nervios tensos estaban sedientos de algo. Comenzó a avanzar por el agua, alejándose cada vez más
de la costa, como si un imperativo lo impulsara. Cuando el agua cubrió su cintura comenzó a nadar. A nadar?... No nadaba, flotaba simplemente. Era como si unos brazos femeninos, con dulzura, penetrándole por la piel bronceada, le acariciaban el alma. Y siguió nadando, hasta que un tenue rayo rosado del amanecer lo fue transformando en el grácil flamenco,
Guardián eterno del amor de la diosa del mar.
Desde entonces las aguas del Mar de Ansenuza son curativas, amorosamente curativas.
(ExtraÃdo de un trabajo de Marcelo Montes Pacheco)